jueves, 13 de diciembre de 2012

¿Qué estamos esperando?



Como hemos visto en entradas anteriores, el poderoso establecimiento de la cultura sexista en nuestra sociedad, tiene génesis en la potente difusión de los estereotipos de géneros que la sustentan. Si tenemos en cuenta la serie de “problemas sociales” que de esta se desprenden, se hace necesario preguntarse, por un lado, ¿En qué medida es posible solucionar estos problemas?, y por otro ¿Cuáles son los factores que impiden dicha solución?

Los medios masivos de comunicación se han encargado de difundir estereotipos sexistas, los cuales se articulan a favor del género masculino. Desde los inicios de la edad moderna, la figura del macho se ha hegemonizado, provocando la subordinación de la mujer a todo aquello que lo masculino delimite. De esta manera, la realidad de la mujer se traduce en la supresión de su libertad, puesto que todo su campo de acción está limitado a un espacio determinado. Si bien, a través de la historia se advierte una progresión en la reivindicación del género femenino, los cambios no han sido sustanciales. ¿A qué se debe este fenómeno? Claramente a que las reivindicaciones no se han llevado cabo de manera efectiva. No obstante, existen razones concretas que explican esta imposibilidad. Una primera explicación para este fenómeno, podría ser la existencia de un “auto-sustento” en la opresión femenina, es decir, un reforzamiento de la condición de dominadas, por parte de las propias mujeres.

Ahora bien, este auto-sustento no quiere decir que la mujer apruebe conscientemente su posición social, sino que apunta a la naturalización que esta ha hecho de las marginaciones e injusticias de las que es víctima. En este sentido, es posible afirmar que toda esta problemática radica en la conciencia que tiene la mujer sobre sí misma como sujeta autónoma, dotada de identidad. Sin embargo, la identidad femenina ha sido históricamente construida en torno a un “deber ser”, cuyos parámetros responden a ciertas nociones de lo correcto e incorrecto en el actuar de la mujer en sociedad. A razón de esto, es posible comprender la ausencia de organizaciones masivas en pos de una reivindicación femenina, sobre todo si somos conscientes de la histórica marginación que la mujer ha sufrido en cuanto a su desarrollo político, intelectual y laboral.

A pesar de que en la actualidad la mujer se desarrolla política e intelectualmente, su comportamiento sigue rigiéndose por lo que dictan los estereotipos. El problema identitario no se ha solucionado, y aunque es innegable la existencia de particularidades, estas no han logrado trascender: siguen siendo particularidades. Siguiendo la lógica anterior, ¿Qué es lo que imposibilita el paso de lo particular a lo general? Tenemos dos posibles respuestas a esta interrogante. Por un lado, la inexistencia de una conciencia de género histórica, según la cual la mujer se identifique como oprimida. Y por otro, debido a la existencia de un sistema económico que refuerza y se sustenta en la cultura sexista imperante. Efectivamente, las estrategias mercantiles están directamente involucradas en la legitimación de categorías de género, las cuales se hacen efectivas por medio de la publicidad. Los ejemplos de esto son innumerables, y responden en su totalidad a la ratificación del “deber ser hombre” y “deber ser mujer”.

A continuación, los invitamos a reflexionar con la siguiente canción que expresa de forma irónica la subordinación de la mujer y la dominación del hombre.


¿Qué pasa con la moralidad y la diversidad sexual?


Hasta el momento solo hemos hablado sobre el hombre y la mujer dentro de la  heterosexualidad. No obstante, ¿Cómo repercute la cultura sexista en las diversas opciones sexuales? Para comprender esto, es necesario referirse a los cimientos que han conformado los géneros y cuales han sido las características que han incidido en la concepción de lo que es ser hombre y es ser mujer.

La moralidad normativa se rige por el cristianismo presente en la cultura Latinoamericana, y más específicamente, en Chile. Esto tiene su origen en el proceso de colonización y del sincretismo cultural que se formó a raíz de este. A partir de esto, la mujer es representada a través de la figura de la virgen, la cual es considerada como la madre de la humanidad, poseyendo las cualidades de  pureza, castidad, bondad, amor y santidad. Sin embargo, en la misma religión se puede observar a la figura de Eva, como quien probó la manzana que origina el pecado y la perversión. Por lo tanto, la figura de la mujer dentro de la moral cristiana, es aprobada cuando cumple con su función, y castigada cuando la transgrede.

A su vez, dentro del cristianismo, es posible concebir al hombre como aquel que tiene el deber de controlar a la mujer para impedir su perversión y su tendencia hacia el pecado. Sin embargo, cuando el hombre comete una transgresión, es visto como una debilidad, en vez de un pecado. Ahora bien, el dios del cristianismo es un Dios padre y hombre, el cual engendra a su vez un hijo varón. Esto tiene como fin el perpetuar la hegemonía del falocentrismo en la tierra.

El cristianismo se ha constituido como una norma institucionalizada, que rige las aristas que componen la vida social de los seres humanos. Cualquier transgresión a estas normas implica inmediatamente el rechazo y el menosprecio por parte de la hegemonía. Una de estas transgresiones es la homosexualidad masculina, como puede ser evidenciado en uno de los versículos de la Biblia:

Levítico, 20:13 “Si alguien se acuesta con varón, como se hace con mujer, ambos han cometido abominación: morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos.”

Es interesante recalcar cómo en este verso de la Biblia, se observa que ni siquiera existe la posibilidad de una abominación de este tipo por parte de la mujer. Según esta perspectiva, la mujer es inherentemente perversa, por lo que desde un comienzo es marginada. Socialmente, esto implica la existencia de una falta de reconocimiento hacia los sujetos que poseen una orientación sexual no normativa, la cual se sigue manteniendo a través de la moral cristiana enraizada en la vida cotidiana hasta el día de hoy. Es por esta razón que se genera la discriminación de la homosexualidad, ya que no cumple con las pautas culturales de la sociedad.

Tanto los gays como las lesbianas niegan las características sociales de lo femenino y lo masculino, es decir, la virilidad y la maternidad, los cuales son los ejes de lo que es el deber-ser hombre y deber-ser mujer según el cristianismo. Es por esta razón que no se incluyen dentro de las categorías de su propio género, generando marginación. Asimismo, los estereotipos que  a gays y lesbianas representan una forma de caracterizarlos a través del género contrario, es decir, el gay desde lo femenino y la lesbiana desde lo masculino. Esto conforma una visión que interpreta a la homosexualidad como una desviación desde su propio género hacia el género opuesto. Muy por el contrario, la opción sexual se encuentra desligada del propio género, por lo que la elección de ésta no implica el ser menos hombre o el ser menos mujer.

A su vez, los transgénero ni siquiera tienen una representación dentro de  lo social, ni un relato definido dentro de esta. Al carecer de un espacio bajo el cual personificarse, el género trans es reducido a la máxima expresión del sexismo, esto quiere decir, utilizando los espacios de prostitución, siendo su máximo reconocimiento en los espacios de cabaret nocturno. A su vez, la identificación que se realiza de la mujer, por lo general, está enfocada en la apariencia física. El maquillaje excesivo, el escote pronunciado, el tacón alto y la falda corta son expresiones de la mujer como objeto sexual. Asimismo, si existieran más espacios de integración social para el género trans, no sería necesario que su identidad estuviera basada en los estereotipos de la “mujer perfecta”, sino que podría integrarse a la vida cotidiana.

En relación a lo anterior es posible determinar una de las raíces o -la raíz- del problema. La homosexualidad –tanto femenina como masculina-  y los géneros trans en la sociedad chilena se ven profundamente discriminados y excluidos de los márgenes normativos de la sociedad. Esto radica en las líneas principales de esta entrada, que explica la institucionalización en la sociedad de pautas morales, que plasman en la biblia la forma de ser hombre y de ser mujer. Por este motivo, cualquier desajuste del ser humano a estas pautas impuestas, generan diversas sensaciones de inquietud, de que algo es incorrecto, de que algo anda mal e incluso, que no es lo sano ni lo normal.

El reggaetón: una expresión de la cultura sexista



           En los últimos años, el reggaetón ha sido uno de los estilos musicales más populares en Latinoamérica y en el mundo occidental, y pese a sus diversas evoluciones, su contenido se mantiene vigente. En nuestro país, pasó de ser escuchado dentro de la cultura del carrete, hasta ser escuchado en las calles, en los hogares y en el transporte público. Es de esta forma como el reggaetón ha traspasado todas las clases sociales y contextos, transformándose en uno de los sonidos clásicos de los carretes. Sin embargo, a pesar del explícito contenido sexista en sus letras, la gente no suele reparar en ellas. Esto provoca que el reggaetón siga siendo escuchado de forma masiva, a través de un ritmo pegajoso.

              Es de esta forma como el contenido implícito en las letras llega a oídos de personas que perpetúan las figuras bajo las cuales se concibe a la mujer como objeto y sometida ante el deseo del hombre, mientras que el hombre es visto como un sujeto que ejerce dominación sobre la mujer. A su vez, el alto contenido sexual de la letra implica una sola forma de relacionarse entre hombre y mujer, tipificando la forma de socialización, y por tanto, reduciéndola a un simple juego de dominación. Es por esto que el reggaetón simplifica las identidades personales, siendo éstas sometidas ante la identidad colectiva que predomina en la sociedad. De esta forma, se genera una falta de reconocimiento de las diferencias y la complejidad que compone la identidad de cada género, favoreciendo el conformismo y la dominación, e imposibilitando la participación en la vida cotidiana como una igualdad entre géneros.

                A continuación se presentarán extractos de la canción “Dale Don Dale” de Don Omar, en donde podemos ejemplificar elementos de lo anteriormente expuesto.

Mírala como maquina
Pa' pillarla en una esquina
Como ron, que fina
Tremenda asesina
Se peina y se guilla
Se viste y se maquilla
Traquila, chiquilla
O te siento en mi silla
Hoy tú vas a ser mía
El Don te desafía
Segura en mi via
Cuidao si te tira
Y si tu novio se activa
Yo activo la guerrilla
Y si el Boster te lo pilla
No le va a dar ni cosquilla”

                Observamos que, por un lado, la figura de mujer que imparte el reggaetón es una mujer que se desvive por la presencia del hombre, realizando rituales con el único fin de atraerlos (“Se peina y se guilla, se viste y se maquilla”). Además, el hecho de que esté disponible “Pa’ pillarla en una esquina”, asimila a la mujer como un mero objeto sexual del cual se puede servir en cualquier momento. Asimismo, en este mismo verso es posible identificar a la mujer como prostituta, hecho que reduce a la mujer a sus atributos corporales (“Tremenda asesina”) para la satisfacción del hombre, lo que representa la expresión máxima de la hegemonía machista que conlleva la dominación y subordinación de la mujer.

                En las siguientes líneas de la estrofa (“Tranquila, chiquilla, o te siento en mi silla. Hoy tú vas a ser mía”) se observa el juego de dominación y castigo que existe entre el hombre y la mujer. Por una parte, si la mujer no accede a la seducción, de todas maneras se consumará el acto sexual, lo cual, además de representar la imposibilidad de decidir por sí misma, legitima la violencia como única forma de socialización entre estos dos géneros.

                Por otra parte, la figura del hombre se reduce a su sola sexualidad masculina, en donde prima la seducción como una hazaña deportiva, con el fin de poner a prueba sus capacidades de macho. Por lo tanto, la masculinidad es reducida a la figura del macho, es decir, lo más primitivo dentro de las conductas de supremacía dentro del género. Si nos fijamos en los versos “Y si tu novio se activa, yo activo la guerrilla” se evidencia la competencia por el macho más fuerte, que sea capaz de cortejar, seducir y poseer a la hembra. Esta relación tipifica al hombre como integrante de una manada, en la cual se ejerce una jerarquía en la que predomina quien realice mejor el ritual de alarde de sus atributos viriles.

“Me dicen, mami, que esta noche tu estas algarete
(Dale, papi, que toy suelta como gabete!)
Te andan cazando el Boster y los mozalbetes
(Que se tiren, que toy suelta como gabete!)
Hay una fila de charlatanes pa' darte fuete
(Que se alisten, que toy suelta como gabete!)
Entonces tirate bien suelta, como gabete
(Dale, Omar, que toy suelta como gabete!)”

“Yo soy su gato
Ella es mi gata en celo
Quiere buscar rebuleo del bueno
Quiere fingir que no le gusta el blin-blineo
Y cuando canto hasta abajo con mi perreo
Por ahí anda su novio en un fantasmeo
Me esta, que esta noche va haber un tiroteo
Dile que yo ando con mis gatos en el patrulleo
(Y al que se lamba, jura'o me lo llevo!)”

               Estos dos párrafos evidencian, una vez más, las formas de ser hombre y de ser mujer que han sido descritas anteriormente. Es entonces necesario preguntarse, ¿qué hace que el reggaetón sea tan popular? ¿qué ocurre para que el contenido de estas temáticas sean invisivilizadas en la vida cotidiana? Invitamos a los lectores a que se hagan partícipes de esta discusión. Para quienes no conocen esta canción, he aquí el enlace de la canción, para que la escuchen.



viernes, 7 de diciembre de 2012

Objeto v/s Sujeto


La cultura sexista se articula en base a una ideología en particular y se reproduce por distintos medios de difusión, la cual se sirve de la creación de estereotipos de género. En cuanto a la construcción de estos, la representación de la mujer se construye sobre una estructura que la limita socialmente. ¿El resultado?, la categorización de la mujer en un estado de inferioridad, lo cual se traduce en su constitución como minoría. A raíz de lo anterior, es posible establecer un nexo con la definición que hace Gramsci del sujeto subalterno. Este, en pocas palabras, hace alusión a un sujeto marginado y oprimido, que ignora su condición de tal. La mujer, en este sentido, puede ser leída como subalterna, puesto que, por un lado, se encuentra marginada en una serie de aspectos socioculturales y económicos. Y por otro, no es consciente de dicha marginación. Desde una visión “sociológica”, podemos decir que la cultura sexista se articula a partir de un sujeto y objeto, los cuales corresponden, al hombre y a la mujer, respectivamente. Así, el hombre sería creador, representante y reproductor de un discurso que lo posiciona como superior y en un “centro social”. Y la mujer por su parte, correspondería al objeto, es decir, a aquello que utilizado para construir el discurso. En este caso, se utiliza la naturaleza de su género para establecer ciertas nociones negativas en el terreno sociocultural. Las características masculinas, por ende se establecen como las nociones positivas.

Actualmente, la mujer busca su reivindicación como género, desafiando a la ley del hombre, comprendida esta, en una dimensión discursiva y en términos ideológicos. Dicha reivindicación advierte que tanto en el terreno social, como en el discursivo, los actos y la voz de la mujer deberán moverse en un terreno prohibido. A raíz de esto, se entiende que “problemas psicosociales” como la homofobia o el machismo, son proyecciones del sometimiento y el miedo que le tienen algunos sujetos a desafiar la ley, puesto que comprenden que la consecuencia recae instantáneamente en la marginación. Es posible observar el fenómeno antes expuesto, desde la génesis del sujeto anormal, desarrollado por Michel Foucault. Se mencionan tres categorías, el sujeto a corregir, el niño masturbador, y el monstruo. La primera categoría corresponde a aquellos que se mueven dentro del espacio familiar, desafiando sus normas y guiándose por sus deseos, sin importarles el daño que le causan a otros. La segunda, tiene que ver con el tabú sexual, a partir de la cual la sexualidad de la mujer estará dogmatizada por la ideología masculina.  La última, responde a un sujeto que disfruta desafiando la ley, puesto que comprende que sus deseos se encuentran oprimidos por otro.

La cultura sexista, dentro de varios aspectos, se construye a partir de lo antes señalado. Existen normas sociales que le atribuyen características determinadas, tanto a mujer como a hombre y que en definitiva, norman sus comportamientos en sociedad. Lo femenino responde a lo delicado, a lo puro, etc.  y lo masculino a la fuerza, practicidad, etc. Ahora bien, es necesario reiterar que todo el universo femenino está de antemano categorizado como una minoría, ante una hegemonía masculina. La construcción del hombre está hecha en base acciones, actitudes y formas de actuar, que nacen desde el reconocimiento de un otro distinto e inferior a sí. Por lo tanto, su conformación se basa bajo premisas que le indican que ser y que no ser. Si lo pensamos desde la dimensión sujeto-objeto, la mujer será dispuesta como objeto, cuyo fondo y forma están dictaminados según un sujeto hegemónico, quien se construirá atendiendo a lo que no debe ser, es decir, todo lo que la mujer es.

De esta manera, cuando la mujer-objeto intenta desarrollarse o satisfacer deseos que no están dentro de lo que el hombre-sujeto le permite, estaría dando indicios, en un plano familiar,  del sujeto incorregible, en un plano sexual, del masturbador, y en un plano general, en el cual se dan los intentos de reivindicación y liberación, del monstruo. No obstante, debemos comprender que estas categorías no se aplican directamente a la realidad, pero si explican la raíz de la cultura sexista como problema social, y de los “problemas sociales” que esta genera. Aterricemos entonces lo que hemos señalado hasta ahora, en el contexto sociocultural chileno actual. Tal como mencionamos al comienzo, los medios de comunicación de masas, cumplen la función de reproducir la cultura sexista, la cual ha sido anteriormente explicada desde su génesis social.

Ahora bien, al observar el funcionamiento de sistema social desde una visión general, es posible notar que el sistema económico se sirve, en gran medida, de la distinción de género. En el ámbito laboral, la mujer se ha visto marginada desde un comienzo: el hombre trabaja, la mujer se queda en casa preparando el almuerzo, haciendo el aseo, etc. Lo trascendente de esto, es que el sistema económico se configura en pos del desarrollo laboral e intelectual del hombre, por lo que todo tipo de acercamiento de la mujer a esta esfera le ha significado a lo largo de la historia, una serie de limitaciones y estigmatizaciones. Actualmente la situación presenta algunos cambios, sin embargo, la raíz del problema sigue intacta. A pesar de que no existe una marginación explícita, la mujer sigue sufriendo las limitaciones de un universo laboral que la discrimina: hay muchas más oportunidades para el hombre, los sueldos no son equitativos, e incluso, el hecho de ser madre, le resulta un problema a la hora de desarrollarse profesionalmente. Tal como decíamos hace un momento, existe una marginación desde la naturaleza del género femenino; la mujer debe comprender que su naturaleza, socialmente se encuentra en desventaja.

                La reproducción del discurso sexista, se puede observar también en la publicidad. Los comerciales se sirven de los estereotipos de género para ofrecer productos que también circundan dentro de los márgenes de la cultura sexista. A raíz de esto se comprende que, por ejemplo, para festividades como el día de la madre, los objetos que se promocionan están frecuentemente relacionados con la cocina, el cuidado de la casa o bien, con la preocupación por su imagen física. La mujer “debe ser” pura, fina y hermosa, y limitar su campo de acción a lo doméstico. Muy por el contrario, el hombre tiene libertad en lo sexual, en lo estético, en lo intelectual y en lo laboral. En resumidas cuentas, la lógica sujeto-objeto, sigue imperando en la cotidianidad social, claramente, bajo estrategias que han logrado naturalizar un discurso sexista en donde hombre y mujer permanecen en una relación de dominador y dominada, respectivamente.  La cultura de masas se encarga de reproducir y proyectar dicho sistema en todos los escenarios posibles, y tanto mujeres, como hombres, lo adquieren y lo siguen reproduciendo.

La reproducción de la cultura sexista a través de los estereotipos


Como hemos visto, la cultura sexista se funde en la proyección de una ideología, entendiendo esta como una visión de mundo, desde parámetros sociales, culturales y económicos, la cual se encarga de configurar las normas sociales a partir de una posición determinada. Es decir, tiene una génesis discursiva, que moldea la configuración social a partir de parámetros de género. Es así, que los medios masivos de comunicación difunden una representación deformada de la realidad, en la cual mujer y hombre aparecen estereotipados, mediante una relación de dominio y desigualdad.

Los estereotipos se construyen a través de la categorización de características masculinas y femeninas. De esta manera, vemos que existen distinto valores asociados, los cuales son transmitidos por medio de la publicidad y los programas de televisión: la debilidad de la mujer y la fuerza del hombre; la comprensión y empatía de la mujer y el determinismo y carácter del hombre, etc. Ahora bien, la relevancia de esto, recae en que la mujer se encuentra en desventaja, frente a los beneficios que la cultura le otorga al hombre. Así, en el plano netamente sexual, la mujer es presentada como objeto sexual, mientras que el hombre cumple el rol del seductor. Esta lógica condiciona el actuar de la mujer, puesto que a pesar de su categoría de objeto sexual, esta no puede desarrollarse libremente en ese aspecto. De ser así, será inmediatamente estigmatizada, puesto que no cumple con su estereotiparían de pureza, y por tanto, pasa a ser vista, por ejemplo, como prostituta. Lo anterior podemos observarlo en el siguiente comercial. 



En lo que respecta al plano familiar, la mujer es vista como la única que debe ejercer las tareas domésticas, tales como cuidar a los hijos, cocinar, hacer aseo, planchar, y todo en servicio del “marido”. Por el contrario, el hombre es percibido como ausente, lejano, haragán en lo doméstico, proveedor de la familia, etc. Las teleseries son el instrumento de difusión por excelencia de esta categoría, la familia chilena es representada transversalmente bajo estos patrones. Por lo tanto, desde el espacio que ocupa la percepción, estas representaciones se instalar como verdades absolutas.



Si observamos ahora la cotidianidad, veremos que los estereotipos también la abarcan. La mujer es vista como indefensa, y el hombre como protector y cortés, bajo la insignia del “caballero”. Esto se observa en la realidad mediante las acciones de cada género, existe un discurso que impone, por ejemplo, que la mujer debe comunicarse de forma delicada, es mal visto que esta hable con garabatos y que se refiera a temas de índole sexual. Mientras que el hombre, tiene libertad de acción en estas temáticas y más aun, estas prohibiciones en lo femenino, son justamente requisitos de la masculinidad. Asimismo, el hombre tiene ciertos roles, como acomodar la silla de la dama, o abrirle la puerta a la señorita. No obstante, esta aparente cortesía es en realidad una evidencia de la subordinación de la mujer, puesto que tanto en el plano sexual como en el cotidiano, las acciones del hombre se articulan sirviéndose de la mujer como un objeto.

La mujer, al no estar consciente que esta lógica social es en realidad un problema, actúa según ciertas pautas, que la moldean en relación al hombre. Es decir, enfocará sus acciones, por un lado, en convertirse en la mujer ideal, más bella, más sexy, a quién todos los hombres deseen. Y por otro, a ser una buena madre y ama de casa. Por lo tanto, la mujer es un elemento sustancial en la reproducción de la cultura sexista. Es así, que los estereotipos anteriormente mencionados, generan pautas de comportamiento implícitas bajo las cuales se determina la identidad social. 

¡Bienvenidas y Bienvenidos!



     Somos tres estudiantes de segundo año de Psicología de la Universidad Alberto Hurtado. Nuestro propósito es abarcar la cultura sexista en Chile a través de diversas miradas, con el fin de plasmar ciertos contenidos y generar discusión. Buscamos evidenciar que la cultura sexista es un problema social, para ello abordaremos las diversas aristas que se articulan en torno al reconocimiento como menosprecio y desigualdad de status. 

      La sociedad chilena actual se rige bajo ciertos patrones culturales, los cuales se encargan de trazar los límites de la vida en sociedad. Dentro de dichos patrones se encuentran una serie de elementos que están continuamente provocando problemas, los cuales frecuentemente se traducen en desigualdades en el ámbito sociocultural y económico. La cultura sexista es una de las dimensiones conflictivas que mencionamos antes. Si bien, existen mujeres y hombres que identifican ciertas problemáticas, hay una mayoría que no se percata del gran universo que dichas problemáticas abarcan. A raíz de esto se comprende la constante difusión de estereotipos sexistas, ya sea a través de los medios masivos de comunicación, o por los propios sujetos que la reproducen en su vida cotidiana. Cabe preguntarse entonces, por un lado, cuál el motivo de este fenómeno, y por otro, en qué consiste dicha generación. Desarrollaremos lo anterior a partir de las siguientes interrogantes, ¿Cómo es que la cultura sexista, siendo muchas veces evidente, llega a un círculo continuo sin resolución? , ¿Qué implica la preponderancia de la invisivilización de la cultura sexista?

El sexismo puede ser entendido como la discriminación o prejuicio basado en el género, el cual se construye a partir de roles sociales y estereotipos, creados en base a un ideal determinado. Existe un compendio de atributos y acciones que permiten la construcción de estereotipos, de esta manera, la realidad social en términos de género, estará pre-configurada a partir de lo “qué es ser mujer” y lo “qué es ser hombre”. Ahora bien, estos patrones están ligados a una valoración, la cual se explica mediante la existencia de una relación de dominio, en donde una categoría de género tendrá supremacía por sobre la otra. En este caso, la figura del hombre se instala como dominadora, y la de la mujer como dominada y/o subordinada. Por lo tanto, la presencia de una desigualdad de estatus entre los géneros, es evidente. Ahora bien, esta relación de dominio advierte una serie de problemas sociales, culturales y económicos: la mujer se ve limitada en sus relaciones interpersonales, en materia sexual, en sus aspiraciones laborales e intelectuales, debido a su predeterminación como responsable de la familia y del cuidado de los hijos, y por último, en cuanto a sus ingresos económicos.


En relación a lo anterior existe un problema identitario, donde se busca generar y expresar una identidad única y auténtica de la sociedad, lo que ejerce una presión en los individuos que buscan ajustarse a este grupo determinado. Esta simplificación de la identidad –qué es ser hombre y qué es ser mujer, en el caso de la cultura sexista- niega las particularidades de cada individuo, olvidando la pluralidad de sus identificaciones y filiaciones personales y con el mundo. Es así como desde este problema emerge una falta de reconocimiento, pues no fomenta la interacción social entre diferencias, sino que promueve el individualismo y separatismo entre grupos. La falta de reconocimiento representa subordinación social ya que imposibilita a las personas a participar como iguales en la vida social. Este se articula mediante una subordinación de estatus, de esta forma la falta de reconocimiento constituye una relación institucionalizada ya que se ejecuta a través del funcionamiento de las instituciones sociales, que regulan la relación entre los individuos en base a normas culturales, que se componen de categorías normativas y otras como deficientes e inferiores.

A raíz de lo anterior, podemos decir entonces que nuestra sociedad actual se rige bajo ciertas leyes o normas oficiales, impartidas desde la institucionalidad, la cual se conforma, entre otros elementos, desde el sistema económico y la moral. La división de géneros es un patrón elemental para dichos organismos, por lo que la cultura sexista, puede ser entendida, justamente como un fenómeno que surge de la institucionalidad. A raíz de esto, podemos decir entonces, que el problema consta también de una falta de reconocimiento mutuo, puesto que son las instituciones las que, en definitiva, dictan la preponderancia del género masculino, por sobre el femenino. A la desigualdad de status de la que hablábamos anteriormente, se suma la ausencia de un reconocimiento entre ambos géneros. Ambas problemáticas encuentran su origen en la creación y difusión masiva de un sistema regido por valores patriarcales.

Los estereotipos juegan aquí un papel fundamental. La hegemonía masculina no puede sustentarse por si sola, por lo que recurre a la reproducción de la institucionalidad,normativa por medio del uso de los medios de comunicación de masas. Por medio de teleseries, programas y comerciales, recurren a estrategias que les permiten implantar un discurso implícito, el cual es constantemente reproducido por medio de la transmisión cultural. Esto genera, que en la vida cotidiana, tanto mujeres como hombres, se transformen también en una herramienta de difusión, lo cual dará como resultado la generación de tratos, formas y conductas implícitas en la socialización. Es así, como estos factores determinan la forma en como se integran y relacionan socialmente las personas, dentro de una cultura determinada. Las distintas formas de reproducción de la cultura sexista generan entonces, la reificación de la hegemonía masculina y su reproducción a través de la socialización. He ahí la raíz de la desigualdad de géneros, hecho que en definitiva, conforma un problema psicosocial.

 En relación con todo lo anterior, surge el debate acerca de lo conflictivo que puede llegar a ser esta problemática y si este conforma o no un problema social. Al estar asociada a grupos de poder, las valoraciones, intereses y finalidades, implicarán una diversificación de puntos de vista acerca de del mismo problema. Regresemos entonces a las interrogantes planteadas en un principio. Parece ser que la cultura sexista no es tan evidente como parece, puesto que está conformada desde las instituciones socioculturales, por lo tanto, efectivamente, existe una preponderancia de la invisivilización, la cual tiene directa implicancia en la permanencia de la cultura sexista, a pesar de los problemas que esta genera.

Este blog se dedicará a desentrañar las dimensiones que componen dicho problema, atendiendo tanto a sus causas, como a sus consecuencias y la forma en que estas se desarrollan en la sociedad. De esta forma, invitamos al lector a hacerse parte de la discusión, y de tratar de generar sus propias respuestas a través de estas interrogantes.