viernes, 7 de diciembre de 2012

La reproducción de la cultura sexista a través de los estereotipos


Como hemos visto, la cultura sexista se funde en la proyección de una ideología, entendiendo esta como una visión de mundo, desde parámetros sociales, culturales y económicos, la cual se encarga de configurar las normas sociales a partir de una posición determinada. Es decir, tiene una génesis discursiva, que moldea la configuración social a partir de parámetros de género. Es así, que los medios masivos de comunicación difunden una representación deformada de la realidad, en la cual mujer y hombre aparecen estereotipados, mediante una relación de dominio y desigualdad.

Los estereotipos se construyen a través de la categorización de características masculinas y femeninas. De esta manera, vemos que existen distinto valores asociados, los cuales son transmitidos por medio de la publicidad y los programas de televisión: la debilidad de la mujer y la fuerza del hombre; la comprensión y empatía de la mujer y el determinismo y carácter del hombre, etc. Ahora bien, la relevancia de esto, recae en que la mujer se encuentra en desventaja, frente a los beneficios que la cultura le otorga al hombre. Así, en el plano netamente sexual, la mujer es presentada como objeto sexual, mientras que el hombre cumple el rol del seductor. Esta lógica condiciona el actuar de la mujer, puesto que a pesar de su categoría de objeto sexual, esta no puede desarrollarse libremente en ese aspecto. De ser así, será inmediatamente estigmatizada, puesto que no cumple con su estereotiparían de pureza, y por tanto, pasa a ser vista, por ejemplo, como prostituta. Lo anterior podemos observarlo en el siguiente comercial. 



En lo que respecta al plano familiar, la mujer es vista como la única que debe ejercer las tareas domésticas, tales como cuidar a los hijos, cocinar, hacer aseo, planchar, y todo en servicio del “marido”. Por el contrario, el hombre es percibido como ausente, lejano, haragán en lo doméstico, proveedor de la familia, etc. Las teleseries son el instrumento de difusión por excelencia de esta categoría, la familia chilena es representada transversalmente bajo estos patrones. Por lo tanto, desde el espacio que ocupa la percepción, estas representaciones se instalar como verdades absolutas.



Si observamos ahora la cotidianidad, veremos que los estereotipos también la abarcan. La mujer es vista como indefensa, y el hombre como protector y cortés, bajo la insignia del “caballero”. Esto se observa en la realidad mediante las acciones de cada género, existe un discurso que impone, por ejemplo, que la mujer debe comunicarse de forma delicada, es mal visto que esta hable con garabatos y que se refiera a temas de índole sexual. Mientras que el hombre, tiene libertad de acción en estas temáticas y más aun, estas prohibiciones en lo femenino, son justamente requisitos de la masculinidad. Asimismo, el hombre tiene ciertos roles, como acomodar la silla de la dama, o abrirle la puerta a la señorita. No obstante, esta aparente cortesía es en realidad una evidencia de la subordinación de la mujer, puesto que tanto en el plano sexual como en el cotidiano, las acciones del hombre se articulan sirviéndose de la mujer como un objeto.

La mujer, al no estar consciente que esta lógica social es en realidad un problema, actúa según ciertas pautas, que la moldean en relación al hombre. Es decir, enfocará sus acciones, por un lado, en convertirse en la mujer ideal, más bella, más sexy, a quién todos los hombres deseen. Y por otro, a ser una buena madre y ama de casa. Por lo tanto, la mujer es un elemento sustancial en la reproducción de la cultura sexista. Es así, que los estereotipos anteriormente mencionados, generan pautas de comportamiento implícitas bajo las cuales se determina la identidad social. 

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