Hasta el momento solo hemos hablado sobre el hombre y la
mujer dentro de la heterosexualidad. No
obstante, ¿Cómo repercute la cultura sexista en las diversas opciones sexuales?
Para comprender esto, es necesario referirse a los cimientos que han conformado
los géneros y cuales han sido las características que han incidido en la
concepción de lo que es ser hombre y es ser mujer.
La moralidad normativa se rige por el cristianismo presente
en la cultura Latinoamericana, y más específicamente, en Chile. Esto tiene su
origen en el proceso de colonización y del sincretismo cultural que se formó a
raíz de este. A partir de esto, la mujer es representada a través de la figura
de la virgen, la cual es considerada como la madre de la humanidad, poseyendo
las cualidades de pureza, castidad, bondad,
amor y santidad. Sin embargo, en la misma religión se puede observar a la
figura de Eva, como quien probó la manzana que origina el pecado y la perversión.
Por lo tanto, la figura de la mujer dentro de la moral cristiana, es aprobada cuando
cumple con su función, y castigada cuando la transgrede.
A su vez, dentro del cristianismo, es posible concebir al
hombre como aquel que tiene el deber de controlar a la mujer para impedir su
perversión y su tendencia hacia el pecado. Sin embargo, cuando el hombre comete
una transgresión, es visto como una debilidad, en vez de un pecado. Ahora bien,
el dios del cristianismo es un Dios padre y hombre, el cual engendra a su vez
un hijo varón. Esto tiene como fin el perpetuar la hegemonía del falocentrismo
en la tierra.
El cristianismo se ha constituido como una norma institucionalizada,
que rige las aristas que componen la vida social de los seres humanos. Cualquier
transgresión a estas normas implica inmediatamente el rechazo y el menosprecio
por parte de la hegemonía. Una de estas transgresiones es la homosexualidad
masculina, como puede ser evidenciado en uno de los versículos de la Biblia:
Levítico, 20:13 “Si
alguien se acuesta con varón, como se hace con mujer, ambos han cometido abominación:
morirán sin remedio; su sangre caerá sobre ellos.”
Es interesante recalcar cómo en este verso de la Biblia, se
observa que ni siquiera existe la posibilidad de una abominación de este tipo
por parte de la mujer. Según esta perspectiva, la mujer es inherentemente
perversa, por lo que desde un comienzo es marginada. Socialmente, esto implica la
existencia de una falta de reconocimiento hacia los sujetos que poseen una orientación
sexual no normativa, la cual se sigue manteniendo a través de la moral
cristiana enraizada en la vida cotidiana hasta el día de hoy. Es por esta razón
que se genera la discriminación de la homosexualidad, ya que no cumple con las
pautas culturales de la sociedad.
Tanto los gays como las lesbianas niegan las
características sociales de lo femenino y lo masculino, es decir, la virilidad
y la maternidad, los cuales son los ejes de lo que es el deber-ser hombre y
deber-ser mujer según el cristianismo. Es por esta razón que no se incluyen
dentro de las categorías de su propio género, generando marginación. Asimismo,
los estereotipos que a gays y lesbianas
representan una forma de caracterizarlos a través del género contrario, es
decir, el gay desde lo femenino y la lesbiana desde lo masculino. Esto conforma
una visión que interpreta a la homosexualidad como una desviación desde su
propio género hacia el género opuesto. Muy por el contrario, la opción sexual
se encuentra desligada del propio género, por lo que la elección de ésta no
implica el ser menos hombre o el ser menos mujer.
A su vez, los transgénero ni siquiera tienen una
representación dentro de lo social, ni
un relato definido dentro de esta. Al carecer de un espacio bajo el cual
personificarse, el género trans es reducido a la máxima expresión del sexismo,
esto quiere decir, utilizando los espacios de prostitución, siendo su máximo
reconocimiento en los espacios de cabaret nocturno. A su vez, la identificación
que se realiza de la mujer, por lo general, está enfocada en la apariencia
física. El maquillaje excesivo, el escote pronunciado, el tacón alto y la falda
corta son expresiones de la mujer como objeto sexual. Asimismo, si existieran
más espacios de integración social para el género trans, no sería necesario que
su identidad estuviera basada en los estereotipos de la “mujer perfecta”, sino
que podría integrarse a la vida cotidiana.
En relación a lo anterior es posible determinar una de las
raíces o -la raíz- del problema. La homosexualidad –tanto femenina como
masculina- y los géneros trans en la
sociedad chilena se ven profundamente discriminados y excluidos de los márgenes
normativos de la sociedad. Esto radica en las líneas principales de esta
entrada, que explica la institucionalización en la sociedad de pautas morales,
que plasman en la biblia la forma de ser hombre y de ser mujer. Por este
motivo, cualquier desajuste del ser humano a estas pautas impuestas, generan diversas
sensaciones de inquietud, de que algo es incorrecto, de que algo anda mal e
incluso, que no es lo sano ni lo normal.
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